matrix_redpill.jpgCLAUSURA DE LAS XXV JORNADAS HUMANÍSTICAS

José María Torralba
Conócete a ti mismo. Sobre amistades, conversaciones y la fuente de la sabiduría





I. La fuerza de la memoria 

 “- ¿Cómo se llama este sitio?
Me lo dijo y, en ese mismo instante, fue como si alguien hubiera apagado la radio y una voz que había estado ensordeciendo días y días mis oídos, incesante, necia, hubiera callado de repente. Siguió un inmenso silencio, al principio total, pero, gradualmente, a medida que mis maltrechos sentidos recobraban sus fueros, se fue llenando de una multitud de sonidos dulces, naturales, y largamente olvidados. Tan familiar me era aquel nombre, tan mágico me resultaba su poder ancestral que, al conjuro de su mero sonido, los fantasmas de aquellos últimos años hechizados empezaron a desvanecerse” (Retorno a Brideshead, p. 29).

 “...la memoria conserva también el olvido” (Confesiones, p. 344; X, 16, 24).

 “... ¿qué cosa más cercana a mí que yo mismo? Y con todo, he aquí que no comprendo la capacidad de mi memoria, aunque sin ella yo mismo no pueda decir qué soy” (Confesiones, p. 345; X, 16, 25).

 “...y ni yo mismo comprendo todo lo que soy” (Confesiones, p. 335; X, 8, 15).

II. Lo peor, el olvido

Atenea: “La hija de éste [de Atlante; es decir, Calipso] lo retiene entre dolores y lamentos y trata continuamente con suaves y astutas razones que se olvide de Ítaca; pero Odiseo, que anhela ver levantarse el humo de su tierra, prefiere morir” (Odisea, p. 48; Canto I, l. 54-59)

 “[Circe] los introdujo, los hizo sentar en sillas y sillones, y en su presencia mezcló queso, harina y rubia miel con vino de Pramnio. Y echó en esta pócima brebajes maléficos para que se olvidaran por completo de su tierra patria” (Odisea, pp. 190-191, Canto X, l. 234-241).

III. La necesidad de buscar

“Le buscaban por todas partes mis ojos y no le hallaban. Y llegué a odiar todas las cosas, porque no le hallaban entre ellas, ni me podían decir: ‘Mírale, ahí viene’, como antes, cuando venía después de una ausencia. Yo mismo me había convertido en un gran problema, para mí oscuro, y preguntaba a mi alma por qué estaba triste y por qué estaba tan alterada, pero mi alma no sabía qué responderme” (Confesiones, pp. 131; IV 4, 9).

“No podríamos, pues, de ningún modo buscar lo perdido, si lo hubiésemos olvidado totalmente” (Confesiones, p. 349; X, 19, 28).

“¿Dónde te encontraré? Porque si te encuentro fuera de mi memoria, me he olvidado de ti. Y si no me acuerdo de ti, ¿cómo te podré encontrar?” (Confesiones, p. 347; X, 17, 26).

IV. Una búsqueda dialógica

 “Pero al alejarme, y volverme para lanzar la que parecía mi última mirada a la casa, sentí como si abandonara una parte de mí mismo; que fuera donde fuera, a partir de entonces notaría su falta y la buscaría sin esperanza, como dicen que hacen los fantasmas cuando van a los lugares donde habían enterrado los tesoros que necesitaban para pagar su viaje al más allá.
‘Nunca volveré’, me dije.
Una puerta se había cerrado, la pequeña puerta de la pared que busqué y encontré en Oxford. Si la abría ahora, ya no descubriría ningún jardín encantado. (...)
¿Qué dejaba a mi espalda? ¿La juventud? ¿La adolescencia? ¿El amor romántico? Lo mágico de todas estas cosas, ‘el compendio del joven mago’, ese pequeño gabinete donde la varita mágica de ébano ocupa su lugar al lado de las engañosas bolas de billar, la moneda que se dobla y las flores de plumas que pueden transformarse en una vela hueca.
‘He dejado atrás la ilusión’, me dije. ‘A partir de ahora viviré en un mundo de tres dimensiones, con la ayuda de mis cinco sentidos” (Retorno a Brideshead, p. 207).

V. El saber decisivo

“Pero, Sócrates, una vez que hayas salido de aquí, ¿no serás capaz de vivir callado y en calma?” Éste es justamente el punto en el que más difícil resulta persuadir a algunos de ustedes. Pues si digo que tal cosa es una desobediencia al dios y que por eso mismo será imposible que viva en calma, no me darán crédito, como si estuviera poniendo pretextos. Pero menos crédito me darán aún, si digo que es un gran bien para un ser humano precisamente el poder conversar cada día acerca de la virtud y de los demás temas sobre los cuales ustedes me oyen dialogar, examinándome a mí mismo y a otros, y que la vida no sometida a examen no es digna de ser vivida para un ser humano" (Apología).

“Lo malo de la educación moderna es que nunca se sabe hasta qué punto la gente es ignorante. Con personas de más de cincuenta años se puede adivinar con bastante exactitud qué se les ha enseñado y qué no. Pero estos jóvenes tienen una fachada muy inteligente, muy informada, y luego, de repente, se quiebra la costra y se perciben profundidades de confusión que uno ni siquiera sospecharía existieran” (Retorno a Brideshead, p. 233-4).

VI. La juventud

“Aquí, a la edad de treinta y nueve años, empecé a envejecer. Por la noche, cansado y dolorido, no tenía ganas de salir del campamento; comencé a reclamar derechos de propiedad sobre determinadas sillas y periódicos; acostumbrar a beberme tres vasos de ginebra antes de cenar, ni más ni menos, y me acostaba inmediatamente después de las noticias de las nueve. Siempre me despertaba, inquieto, una hora antes de que tocaran diana” (Retorno a Brideshead, p. 17).

 “Pero la languidez, la relajación de los músculos todavía no agotados, la mente que busca la soledad y se entrega a la introspección, sólo pertenecen a la juventud y con ella mueren” (Retorno a Brideshead, p. 101).

El Poblado (El Grado), 28 de agosto de 2016

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