collado2.jpgSESIÓN DE APERTURA 2016

Javier Sánchez-Collado
La ilusión, los ilusos, lo ilusorio




Sólo se puede vivir con ilusión. Pero hay quien dice que, en realidad, sólo vivimos de ilusiones. ¿Es la vida una ilusión –mero espejismo- o fruto de la Ilusión? ¿Irrealidad o entusiasmo?

“La ilusión nunca puede ser real, no es más que un sueño” dicen.

En estos veinticinco años, ¿cuántas veces hemos oído la palabra ilusiones? “¡Déjate de ilusiones! No seas iluso. Eso es ilusorio. Busca el dinero, busca las salidas”, oímos cuando alguien habla de su vocación humanística.

Salgamos de las salidas.

Porque es preciso dejar las ilusiones y quedarse con la ilusión.

Estamos rodeados, es verdad, del mundo de las ilusiones, de las cosas ilusas: la caverna de Platón enriquece sus sombras. Sombras digitales. Sombras del dinero: acumular dinero, como el guerrero las hazañas, el vaquero las muescas en el revólver. O mejor, como el perro las pulgas, porque sólo vive para rascárselas.

La sombra o “doxa” platónica hoy se llama burguesía o globalización. Burguesía: “ese conjunto de individuos insatisfecho con lo que tienen y conformes con lo que son”1.

A nosotros no nos ilusionan las sombras, “no nos ilusiona cualquier cosa, sino más bien lo que no es cosa. Nos ilusionan, sobre todo y propiamente, las personas”2. No en vano somos, queremos ser “humanistas”.

No podemos vivir sólo con el cálculo, porque lo nuestro es el misterio. No nos conformamos con resolver el problema. Lo humanístico rompe todas las calculadoras.

Estamos siempre en “la víspera del gozo”, lo mejor está por llegar:

Hamlet acaba de coger la calavera de Yorick; Segismundo despierta; Frodo entra en Moria.

Por eso, la posesión de lo que nos ilusiona no destruye la ilusión.

Estamos en un mundo de niños desilusionados con su juguete: se las ha pasado la ilusión, se cansan de lo que no da más de sí. Es el mundo de lo ilusorio.

El mundo de la ilusión siempre crece: el verbo de los ilusionados es “desvivirse”3: nosotros nos desvivimos.

El mundo de los ilusos, en cambio, siempre mengua: su verbo es “distraerse” del tedio que las cosas les producen.

Nada más ilusorio.

Porque vivimos en un mundo que nos enseña a desear, pero no a ilusionarnos.

La ilusión es más que un deseo: es aquel deseo que se puede contar, que tiene una historia.

La ilusión es dramática4, está siempre en lucha, a la conquista.

La ilusión es siempre una historia que se puede contar. Para muchos, el arte es una ilusión, el mundo de lo ilusorio. Pero, en realidad, la ilusión es el arte de vivir y el arte lo puede reflejar.

Los meros deseos, en cambio, son pompas de jabón que no resisten que los alcancemos. Son la imagen de lo ilusorio.

La ilusión sólo puede vivirse como una aventura.

Como el amor, que es la lucha por la ilusión.

Cuando quieres decir que A y B se aman, decía un crítico5, no hay película, no hay guión, no hay drama. Y probablemente no haya amor.

En cambio, cuando A y B se aman, pero… Entonces hay guión, hay drama, hay vida, la ilusión tiene cabida.

En nombre de la rebeldía asistimos a una sociedad gregaria. “A La gente no le importa ser, sino creerse, libre. / Lo que mutile su libertad no lo alarma, si no se lo dicen”6.

Y es que “al hombre moderno le es indiferente no hallar la libertad en su vida, si la halla ensalzada en los discursos de quienes lo oprimen”.

Por eso es triste ver cómo tantos se supeditan al deber de la moda, al deber del éxito fácil: a la hora de elegir estudios la ilusión no cuenta. Mas “cuando la noción de deber expulsa la de vocación, la sociedad se puebla de almas truncas”8.

Aparece entonces la terrible consideración de lo que “debe ser”, la imagen que los demás –la sociedad- tienen de nosotros, la imagen perfecta y castradora de lo que debemos ser.

“Lo que más puede descubrir a nuestros propios ojos quién somos verdaderamente, es decir, quién pretendemos ser últimamente, es el balance insobornable de nuestra ilusión. ¿En qué tenemos puestas nuestras ilusiones, y con qué fuerza? ¿Qué empresa o quehacer llena nuestra vida y nos hace sentir que por un momento somos nosotros mismos?”9

Pero no pensemos que estamos a salvo de lo ilusorio. Hemos de saber que siempre podemos convertirnos en unos ilusos. No por buscar el misterio, sino por quedarnos con su sombra. Cuando lo que nos preocupa es el éxito o la originalidad (“la originalidad intencional y sistemática es el uniforme contemporáneo de la mediocridad”10), es decir, cuando buscamos eso y no la belleza o la verdad. Y es que “pensar como nuestros contemporáneos (…) es la receta de la prosperidad y de la estupidez”11.

Por eso la ilusión por los clásicos, el “vivir en conversación con los difuntos”12 nos libera de nuestras sombras, es un gran antídoto contra lo ilusorio.

El iluso es quien no percibe sino lo actual13.

No sucumbir a lo ilusorio y a su dominio es tener tiempo de silencio, de reflexión, de lectura, de contemplación, de conversación, como la que habrá estos días. “Alma culta es aquella donde el estruendo de los vivos no ahoga la música de los muertos”14.

Quien sabe perderse en la conversación fecunda, quien escucha, quien lee a diario, quien busca escribir, crear, olvidado del resultado ilusorio, es decir, aquel que

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera15.
La ilusión se asombra, lo ilusorio se deslumbra. “Cuando el hombre, a cierta altura de su vida, decide “dar por visto” el mundo, se instala en la vivencia del “ya sé”, vive como si el mundo estuviera ya dado, y por consiguiente nada fuese nuevo, la ilusión se convierte en algo infrecuente e improbable”16.
La ilusión no cabe en la seguridad.

La ilusión es riesgo, aventura.

Por eso Dios no es monótono, porque es el Dios del riesgo, como nos dijo Francisco en Cracovia.

La desilusión es infernal, es el pecado contra el Espíritu Santo.

Es el pecado original contra la vida, la manzana de la seguridad, la serpiente del mercado, de la masa, que nos arroja del paraíso de la ilusión con los demonios del dominio.

La ilusión, en cambio, nos aparta de la tentación de la posesión: nada verdaderamente humano puede ser propiamente poseído.

“Si el hombre es mortal, cada día es único, y las ilusiones que en él brotan alcanzan su tensión y su valor, su fuerza y su atractivo. Siempre remite al horizonte”17, siempre hay un más allá.

Por eso, tras estos 25 años, sabemos que, aunque es mucho lo alcanzado, lo mejor está por llegar, estamos en “vísperas del gozo”18

_________________________
1 Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, p. 76. Ed. Atlanta, 2009. Cito sólo el número de página en lo sucesivo 
2 Julián Marías, Breve tratado de la ilusión, p.42. Alianza Editorial. Madrid, 1984
3 Breve tratado de la ilusión, p.134
4 cfr. Breve tratado de la ilusión, p. 64
5 El ejemplo es de Alberto Fijo
6 Escolios a un texto implícito, p. 128
7 Escolios a un texto implícito, p. 379
8 Escolios a un texto implícito, p. 681
9 Breve tratado de la ilusión, pp. 75-76
10 Escolios a un texto implícito, p. 392
11 Escolios a un texto implícito, p. 203
12 Quevedo, Soneto “Retirado en la paz destos desiertos”.
13 Cfr. Escolios a un texto implícito, p. 187
14 Escolios a un texto implícito, p. 613
15 Fray Luis de León, Oda a la vida retirada.
16 Breve tratado de la ilusión, p. 45.
17 Breve tratado de la ilusión, p. 55 
18 Como dice Julián Marías, “el título de Pedro Salinas, Víspera del gozo, conviene admirablemente a la ilusión” (Breve tratado de la ilusión, p. 40)

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